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Vicente Rossi. Filolojía y Antifilolojía desde el Río de la Plata

Por Miranda Lida
(CONICET, Argentina)

A fines de la década de 1920 aparecieron los Folletos lenguaraces editados y producidos por el crítico, folklorista, periodista y editor uruguayo Vicente Rossi (1871-1945), radicado en Córdoba, donde era dueño de la Imprenta Argentina. Su aparición coincidió prácticamente con la llegada al país de la filología académica, a saber, con la creación del Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires, cuyo primer director fuera Américo Castro en 1923 y su figura más visible durante casi veinte años Amado Alonso a partir de 1927. Los Folletos lenguaraces expresaron una voz de resistencia a la instalación de la filología académica procedente de la escuela de Menéndez Pidal que, si bien no llegó a opacar ni dañar la labor académica de Amado Alonso, puso en debate enfoques alternativos para pensar el campo disciplinar. Su voz, si se quiere marginal, no era de ningún modo desconocida. Por ejemplo, hay pistas para afirmar que Jorge Luis Borges fue un lector asiduo de los folletos de Rossi.

Los folletos tenían una periodicidad irregular y una presentación si se quiere poco profesional; su propósito era discutir, incluso polemizar y desacralizar diferentes cuestiones idiomáticas. No faltaba el tono de burla, en especial, contra el Instituto de Filología y cualquier otra institución que intentara domeñar la lengua, en especial, la popular. Arremetía, así, contra la Real Academia de Madrid y la Academia Argentina de Letras, fundada en 1931, además de hacerlo contra los filólogos universitarios que trabajaban con Amado Alonso.

Rossi abogaba en el fondo por una gramática nacional rioplatense, argentina y uruguaya a la vez, recuperando tradiciones idiomáticas que tenían orígenes diferentes a la tradición hispánica: desde la cultura afroargentina, hasta el cocoliche de los inmigrantes, o el lenguaje del criollo, del indio o del gaucho. Los folletos incluían un nutrido glosario de la lengua popular, a través del cual se quería poner en evidencia la poca capacidad que tenían los académicos para conocer a fondo la variedad más auténticamente “argentina”.

 

Rossi afirmaba en su nota introductoria que:

 

De vez en cuando, algunos folletos y artículos periodísticos tratan entre nosotros cuestiones filolójicas nacionales rioplatenses. Suelen firmar esas publicaciones personas militantes del gremio de las letras, por eso entrañan un peligro, que los Folletos Lenguaraces pretenden conjurar dejando constancia de los errores que se cometen. No es fácil acertar en lo que se diga acerca de nuestro léxico popular si no se le conoce debidamente, y mucho menos, si no se conoce el pueblo” (Folletos lenguaraces, 1, 1927, p. 3).

 

Solían seguirle notas lexicográficas, en su gran mayoría en réplica a las propias publicaciones del Instituto de Filología de Buenos Aires, con la finalidad de corregir interpretaciones idiomáticas varias, en especial, de expresiones o vocablos rioplatenses. Así, por ejemplo, escribía que “esta nota es una de las acostumbradas desviaciones lexicográficas por la perjudicial costumbre de meterse en los callejones del idioma de los castellanos en busca de los domicilios de nuestros vocablos” (Folletos lenguaraces, 3, 1927, p. 9). A continuación, Rossi agrega que los filólogos académicos no comprendían que el idioma vive, late y se resignifica sobre todo en la calle. Se agrega un ejemplo: “de esa y otras expresiones y modismos corrientes en el pueblo son autores los canillitas, lejión humilde de criollos ingeniosos, vivísimos, sinceramente nacionalistas; frases que cuando pasan a ser tomadas en cuenta por nuestros comentaristas filólogos, resultan lunfardas” (Ibid., p. 13).

Así, pues, la lengua popular no puede ser aprendida en academias o institutos de ningún tipo. Por ello, los glosarios tenían como finalidad poner en evidencia desconocimiento de los académicos acerca del lenguaje rioplatense.

Desde este punto de vista, la descalificación para con el Instituto de Filología de la universidad no es sólo un gesto irreverente dirigido contra las autoridades constituidas, sino que lleva implícito además un gesto político dirigido a llamar la atención acerca de la situación de dependencia cultural de los americanos al aceptar sin más que las instituciones académicas sean dirigidas por españoles. El eslogan que utilizaba a fines de los años treinta era: “Castellanisar es conspirar contra nuestra nacionalidá i cultura”. Y agregaba que:

 

Se «arrebañan» en la más amplia acepción del vocablo los americanos que hacen derrotismo antinacionalista, entregándose al servilismo idiomático del castellano, alegando muy discutibles razones sociológico-filosófico-literarias, que no ocultan ni disculpan raciales tendencias de «rebaño». Entre nosotros se ha llegado al extremo de que un grupo de intelectuales dirigentes nos «arrebañen» bajo las órdenes de directores hispanos, llamados expresamente, por cuenta del erario público, para que organicen contra nuestra magnífica contribución lingüística, popular, social y literaria una intensa campaña derrotista, hasta con futuros «diccionarios» aderezados por esos extranjeros directores expresamente para nosotros” (Ibid., p. 27).

 

Según Borges, que leía con voracidad los Folletos lenguaraces, atraído quizás por el tono irónico y desacralizador que los caracterizaba, Rossi podía ser caracterizado como un rebelde a la autoridad española en materia lingüística; reconocía, además, que el glosario que incluían estaba bastante bien hecho. Pero Borges sabía que la batalla entre Rossi y el Instituto de Filología era desigual: “se trata de un vistoso duelo (que es a muerte) entre un matrero criollo-genovés de vocación charrúa y la lenta partida de policianos, adscriptos esta vez a un Instituto de Filología que despacha glosarios y conferencias en la calle Viamonte" (“Desagravio al lenguaje de Martín Fierro”, en Revista Multicolor de los Sábados, del diario Crítica, 21 de octubre de 1933). Borges cree que Rossi tiene algo de razón cuando sugiere que

 

los filólogos españoles o hispanizantes tienen que justificar su empleo oficial: han inventado de muy mala gana un idioma gauchesco que luego retraducen con apuro al español antiguo, y han decretado que su monumento es el Martín Fierro” (ibid.).

 

Pero su irreverencia es desmesurada y termina volviéndose inadmisible, de allí que defina a Rossi como un “montonero” que se levanta contra la autoridad de los filólogos.

Rossi arremetió incluso contra Amado Alonso, quien fuera director del Instituto durante casi dos décadas: “un extranjero que por primera vez viene al Plata (será el tercer Adelantado que recibimos) trae ya la misión de hacernos nada menos que un léxico criollo - paisano (gauchesco le dirán nuestros filólogos)” (Más rectificaciones y ampliaciones a unas notas lexicográficas. Folletos lenguaraces, N. 3, 1927, p. 28). Pero Alonso no se tomó el trabajo de responderle.

Pese a ello, Rossi continuó, contra viento y marea, con la publicación de sus folletos, si bien de manera poco regular. Y no acalló nunca sus críticas a Amado Alonso:

 

En el programa de la antiargentinidá idiomática, es un número interesante el Instituto de Filolojía de la universidá de Buenos Aires, fundado por el “ilustre restaurador… nacionalista” Don Ricardo Rojas, cuyo altar ha terminado con un retablo churrigueresco patinado de mugre ancestral, i en cuya ara el clérigo “de misa y olla” Don Amado Alonso mantiene el fuego sagrado de la castellanidá […] La publicidad “seria” porteña vio en Don Amado la vuelta del “estandarte real” y lo pasea por “la fiel i leal villa de los Buenos Aires” cada vez que Don Amado trascendenta, haciéndonos oír la castisa “voz del Sinaí” desde el alminar del Instituto (Filolojía y filolorjía. Confabulación antiargentinista, Folletos Lenguaraces Nº 23, Córdoba, Imprenta Argentina, 1939, pp. 77-78).

 

Rossi llegó a publicar más de veinte cuadernos o folletos, distribuidos en tres volúmenes. A medida que transcurría el tiempo, se volvió más fuerte su reclamo por una lengua rioplatense con estatus reconocido: abogó, de hecho, “por un nuevo i culto idioma”, a saber, el rioplatense, que tendría su propia gramática, mayormente heredada del español, pero a su vez reinterpretada a uso local, recogiendo en todos los casos los matices, vocablos. Dice Rossi al respecto:

 

El idioma rioplatense hablado disiente, superando, con su origen europeo, porque es dulce, armonioso, breve, espresivo i lojico; no ofrece la mas minima dificultá en modulacion y pronunciacion. Han influido en estas cualidades las eufonias autóctonas y la del negro africano, que dominaron en el hogar primitivo, con su mayoria numerica i su poderosa injerencia en los hogares de todo Indo-America. En el lenguaje escrito conserva el Rioplatense las arbitrarias reglas de su sedimento europeo, vale decir: es estranjero porque hai quienes todavia creen que la lengjua orijen era culta, i mantenerla escrita indica cultura; teoria iconprobable con que engañan i se engañan. (Ibid., p. 3)

 

Sigue a continuación la explicación del alfabeto (con 22 letras en lengua rioplatense, puesto que la G queda suprimida por la J y las letras K, V, W, X y Z sólo se utilizan para palabras extranjeras, es decir, no forman parte del idioma). Las reglas de acentuación son simplificadas (sólo se usa tilde para desambiguar). Porque, agregaba Rossi: “renovación es progreso; conservación es estancamiento. Pobre idea de su mentalidá dan los pueblos que tradicionan en su habla. Es deprimente situacion la de aquel pueblo que usa habla ajena i se obliga a cuidarla i a renunciar en ella su propia nacionalidá” (Ibid., pp. 4-7).

La propuesta de un idioma “nacional”, ya fuere argentino o rioplatense, tiene antecedentes que pueden hacerse remontar al clásico trabajo de Lucien Abeille, Idioma nacional de los argentinos, de 1900, e incluso todavía más atrás en el tiempo. Quizás uno de los rasgos más originales de Rossi se encuentre en rescatar las raíces afroamericanas del idioma rioplatense.

 

 

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