Ígor Rodríguez-Iglesias, iriglesias@uma.es
Universidad de Málaga,
Miembro de la Comisión de Discurso y Justicia Social de la Asociación de Estudios de Discurso y Sociedad, EDiSo
¿Quién y qué es lo es vulgar? Esta es la pregunta que me he formulado durante varios años ante el estudio y análisis de cómo funciona la lógica de inferiorización de las variedades lingüísticas no dominantes, que es el título abreviado de la tesis con la que me doctoré. Era una pregunta vinculada a una cuestión principal y, en su planteamiento, sencilla, pero con una profundidad que trasciende los centenares de páginas que se pueden escribir al respecto y, por tanto, de gran e interesante complejidad en su respuesta: ¿por qué es desvalorizado el andaluz y, con ello, descapitalizadas las personas andaluzas?
Para dar respuesta a esta cuestión me pareció capital revisar los conceptos con los que planteamientos anteriores habían abordado las respuestas a tal pregunta, formulada o no en esos términos, pues toda conceptuación es un modo de interpretar la realidad, asociado, como dice Wallerstein, a un tiempo; o como dice Haraway, los conocimientos están situados. Es decir, que ningún concepto puede ni debe ser desconectado de sus condiciones sociales de producción: el tiempo histórico, la trayectoria intelectual intrapersonal e intradisciplinar, la autoría, la filosofía política y social que lo atraviesa, etc. Ni siquiera el concepto lengua. Ni otros que son usados como si nada ni nadie pudiera discutirlos (y no es así, a la luz de los planteamientos críticos de buena parte de profesorado universitario dedicado profesionalmente a la Sociolingüística Crítica o de los Estudios Críticos del Discurso, tanto dentro de las universidades del Estado español -Luisa Martín Rojo, Joan Pujolar, Celso Álvarez Cáccamo, Eva Codó, David Block, Adil Moustaoui, Amparo Tusón, Teun van Dijk, entre otras, incluyéndome-, como de otros lugares del mundo -Monica Heller, Jan Blommaert, Ben Rampton, José del Valle, Alexander Duchêne, Ingrid Piller, Sinfree Makoni, Alastair Pennycook, Singh Rajendra, Miguel Pérez-Milans, Adriana Patiño, etc.). La nómina no es arbitraria y está muy incompleta. Y aunque la auctoritas no deba ser un argumento de razón, la expongo en tanto contestación a otras nóminas que se ponen sobre la mesa para generar la idea de que sobre tal o cual concepto lingüístico no se puede decir nada más o en contra, porque tal o cual sujeto dijo lo que había que decir y punto. Ni siquiera es así en el caso de la Física y hasta la tabla periódica de los elementos es una clase abierta. Tales afirmaciones son anticientíficas -¿qué ciencia no discute sus propias interpretaciones de la realidad y los medios que usa para ello?- y es un claro posicionamiento político, en lo que de político tienen las ciencias y lo académico.
Teniendo en cuenta esto, he observado estos días detenidamente las ideologías lingüísticas (yo me dedico a esto, grosso modo) sobre la manera en que habla -el ideolecto, diría Bernard Bloch- la ministra portavoz del Gobierno español, la sevillana María Jesús Montero. Al margen del tuitero que inició lo que en Twitter llaman “el hilo”, quisiera centrarme en la frase que -dada la relevancia de quien la profiere- ha desatado una polémica que ha motivado reacciones mediáticas en forma de noticias, artículos y debates televisivos. Arturo Pérez Reverte expuso: “No confunda usted el acento andaluz con la vulgaridad y bajunería expresiva”, para más tarde añadir: “El habla andaluza no es vulgar. El acento andaluz no es vulgar. Pero hay personas que sí son vulgares al expresarse, lo hagan con el habla o el acento con que lo hagan”. ¿Pero qué es lo vulgar, lo bajuno? Y en lo que aquí nos concierne: ¿en qué medida puede ser valorada el habla de Montero como vulgar o bajuna?
Lo que subyace al planteamiento de Pérez Reverte es una representación de la realidad social y lingüística en términos de culto y vulgar, explicitada en los libros de texto del sistema educativo y, por tanto, reproducida y legitimada, a pesar de la injusticia social que aquí denuncio. ¿Qué es ser culto y qué se quiere decir con vulgar? Porque si culto es cultivado al interior de un campo, todas las personas estamos cultivadas al interior de diversos campos simbólicos, con léxico, fraseología y modos de interacción comunicativa específicos al interior de ese campo, donde adquieren un valor tales capitales simbólicos y no otros, al decir de Bourdieu.
Eso que llaman lo culto no son más que los modos de estar culturalmente en el mundo de grupos sociales privilegiados que en su ostentación de la hegemonía por la que imponen y legitiman su posicionalidad social han generado estas jerarquizaciones en un total desprecio de las clases trabajadoras, es decir, de la mayor parte de la sociedad. Cuando digo aquí hegemonía, estoy pensando en Antonio Gramsci y su crítica a hacer pasar por interés general el interés particular del grupo dominante a través del control de los medios de producción y circulación de los discursos: la escuela, lo académico, los medios de comunicación, las editoriales, etc.
El clasismo está totalmente institucionalizado en los libros de texto de las escuelas a las que mandamos a nuestras hijas e hijos. A las que nos mandaron nuestras madres y padres. La escolarización universal, reivindicación histórica de las clases trabajadoras, también fue una estrategia y golpe de efecto de la clase burguesa, a través de la reproducción, la circulación y la inculcación de valores burgueses capitalistas, como indican Baudelot y Establet, escolarizando a los hijos y las hijas de las clases trabajadoras, poniendo fin -grosso modo- a las revoluciones obreras, construyendo burguesas y burgueses simbólicos.
Esto es claro en la conceptuación escolar que presenta la dicotomía culta y vulgar relacionando lo social y lo lingüístico, haciendo pasar por explicación científica lo que no es más que -parafraseando el título del libro de Marx- miseria de una filosofía académica, que ha inventado explícitamente, a través de la interpretación racista, clasista y patriarcal -machista y homófoba- del mundo, cómo es el ser humano y cómo son los otros grupos humanos. Se hace colapsar la interpretación de lo lingüístico y del grupo social, construido como no-Ser, en términos fanonianos, cuyos capitales simbólicos, entre los que se encuentran los lingüísticos, -se dice- no son válidos, son inadecuados, incorrectos, ilegítimos. No hay descripción lingüística per se, sólo una asignación de valores sociológicos. Por lo tanto, no se habla de oposiciones lingüísticamente pertinentes, sino de oposiciones sociológicamente pertinentes, aunque esto se invisibilice, como denunció Bourdieu, pero también John Gumperz, Dell Hymes, Norman Fairclough, Louis-Jean Calvet, James Milroy o Robert Cooper, por poner a dialogar a autorías fundamentales al interior de una Sociolingüística que podemos nombrar como Sociolingüística de la Justicia Social. La escuela y ciertos académicos siguen presentando como déficit, a pesar de las aportaciones gumperzianas -y de las autorías citadas, y otras no citadas- en este sentido, lo que no son más que diferencias inherentes a la diversidad humana, que le es consustancial a la humanidad.
Las interpretaciones y conceptuaciones de ciertos académicos actuales e inmediatamente precedentes son meros atavismos que están contribuyendo de manera positiva a los intereses hegemónicos de grupos dominantes, pero que siguen condenando al ostracismo lingüístico y social a otros tantos grupos sociales.
Como las opresiones funcionan de manera interseccionada, como hemos aprendido con las feministas negras norteamericanas -Kemberlé Crenshaw, Angela Davis o Patricia Hill Collins, entre otras-, en el caso específico de la evaluación que ha hecho del habla de María Jesús Montero no sólo hablamos clasismo, sino de patriarcado y racismo lingüístico. No se suele hacer con los hombres, pero sí se ha hecho con diferentes políticas andaluzas: Susana Díaz, Trinidad Jiménez, Celia Villalobos o, ahora, María Jesús Montero. Se toma patriarcalmente el espacio discursivo y se viene a decir: cállate, nena, que te voy a enseñar yo cómo tiene que hablar una portavoz del Gobierno.
Hemos de señalar aquí que se pone un desmesurado énfasis en lo fonético, haciendo coincidir este plano de la sustancia -dirían Gabelentz, Saussure y los estructuralistas de las escuelas de Praga y Copenhague- con la lengua en sí, obviando (y contestaré con elementos estructuralistas, pues son los que suelen usar estos opinadores) lo fonológico, lo morfológico, lo sintáctico y lo semántico, sobre lo que no tienen nada que decir al respecto, es decir, con relación a la ministra, cuando son precisamente estos niveles, y no el fonético, los que conforman, en el teorizar estructuralista, que sobreviene a tales opiniones, eso que están llamando lengua. El peso que se le concede a lo fonético está más relacionado con los índicios contextualizadores gumperzianos o índices de Silverstein (indexicalidad) que con descripciones científicas que creen hacer. Es decir, están, a partir de estos índices -características- fonéticos de la ministra, identificándola y clasificándola respecto a una ideología, como representación sociocognitiva, que es al tiempo lingüística, ontológica, social y cultural. Esto es, lo interesante aquí es la identificación, en términos de Goffman. La cuestión clave en todo este asunto no está en la persona que habla o hace tal o cual cosa, sino en la persona que interpreta esas prácticas y concede un valor a las mismas, clasificando no ya las acciones, sino a las personas. Por eso decimos que toda jerarquización lingüística es una jerarquización de seres humanos. Y añadiremos, al hilo de lo expresado: ¿es más importante la articulación fonética que el contenido de lo expresado? La evaluación de lo lingüístico es construida y esa construcción tiene un historia, que en el caso concreto del y lo andaluz, ha supuesto la sustitución de la limpieza de sangre -como política formal castellana- por la limpieza lingüística, constituyéndose lo lingüístico en el marcador racista. Es así como se ha constituido el privilegio lingüístico y no ha sido de manera separada del clasismo. Se trata de un proceso que he llamado desespacialización, a partir de que el grupo que constituye sus capitales como legítimos, denominando su hablar como neutro y estándar (nada es neutro y lo estandarizado es construido, por eso R. Penny asocia el término estándar a lo escrito), se tenga por no situado, y piense a otros grupos -los construidos como ilegítimos- como marcados, dialectales, etc. El filósofo colombiano Santiago Castro-Gómez lo llama hybris del punto cero: la desmesura o soberbia de desconocer la espacialidad propia. A partir de esto, yo también he denominado esta desespacialización como hybris del punto cero metalingüística.
Grosfoguel (profesor de la Universidad de California en Berkeley, que fue uno de mis directores de tesis doctoral, junto a Luisa Martín Rojo -Universidad Autónoma de Madrid-, en una primera etapa de mi tesis, y Antonio Benítez Burraco -Universidad de Sevilla-, en una segunda), a partir de Fanon, De Bois, Sylvia Wynter y otros intelectuales afrocaribeños y afronorteamericanos, ha definido el racismo como una lógica de jerarquización establecida por un grupo que se autosuperioriza e inferiorioriza a otros grupos, a partir de diferentes marcadores, como el color de piel, la lengua, la religión, etc., marcadores que funcionan de manera situada: en algunos lugares, el color de piel; en otros, la lengua; en otros, la religión. O todos de manera imbricada, diríamos con Crenshaw, a través de la ya citada hegemonía gramsciana. El marcador, respecto de las personas andaluzas es el lingüístico. Incluso este marcador sirve para ese desprecio -desestimación, falta de aprecio, desaire, desdén- de otros grupos sociales, pensados verticalmente por debajo. Esto, por otra parte, no debe invisibilizar las otras opresiones que funcionan conjuntamente: la patriarcal, las otras opresiones racistas -contra personas de origen africano, magrebí o de Europa del Este, en la misma Andalucía, o contra las personas gitanas-, etc., donde las consecuencias además van a ser incluso hasta más graves y explícitas, desde el asesinato -en el caso, de la violencia patriarcal, homófoba o transfóbica- hasta prácticas de exclusión gravísima en todos los órdenes, como en el caso de las personas gitanas, como denuncian intelectuales andaluzas como Pastora Filigrana o Cayetano Fernández Ortega.
Los análisis que se han hecho de esta cuestión por periodistas opinadores sobre el asunto están, según los elementos de juicio de los que dispongo, a partir de mi competencia en este asunto (sin ser este un argumento de autoridad, pues solo apunto a la competencia al interior de un campo), muy lejos de estar científicamente acertados y dan más cuenta de la propia ideología lingüística de aquellos que opinan que de una exigible profundidad intelectual al interior del campo de conocimiento, algo que tampoco se le puede exigir a quien no es competente en el mismo -en la Lingüística y, en concreto, en la Sociolingüística (crítica). Aquí es donde adquiere sentido la nómina del principio, pues estos días he escuchado, con el argumento de la auctoritas -citando a Manuel Alvar o José María Vaz de Soto y su famoso decálogo de características andaluzas que él llama cultas y defiende como legítimas, sin que esto se justifique lingüísticamente; es mero clasismo, por más que Vaz de Soto merezca todos mis respetos; su texto hay que ponerlo a dialogar con su tiempo-, ataques ad hominen a la ministra, defendiendo un andaluz y no otro, como si solo el hablar de unos hablantes fuera el digno de ser legítimo frente al calibán y la bruja (parafraseando el libro de Silvia Federici), que deben ser quemados en la hoguera o, al menos, relegados al silencio, para solo contar chistes y amenizar la fiesta, pero no para dar cuenta de asuntos importantes, de Estado. De eso que se encarguen los mayores de edad.
Por ahí no lo sabrán, pero el carnaval aquí es un género discursivo y como tal es productor de discursos y, por tanto, reproductor de pensamiento (por eso, la llamada Fiesta de la Libertad siempre ha estado sometida a censura). Tres de estos discursos, de gran profundidad, son estos. Uno, el de una comparsa de la Peña Los Majaras de El Puerto de Santa María, de 1980: “De nuestra forma de ser, ¿qué coño sabe Madrid?”. El segundo, el de una chirigota gaditana, de Juan Carlos Aragón, de 1999: “Aparece en el más ínfimo escalón, de su estrecha jerarquía, el servilismo mamón de las marmotas de Andalucía”. Y por último, el de una comparsa de Cádiz, de Antonio Martínez Ares, de 2018: “Cómo es posible que no me entiendas si tu memoria está escrita en el sur. Pregúntate, que ya es hora, si el inculto no eres tú”.
Las herramientas del amo nunca destruirán la casa del amo, dice Audre Lorde. Por eso es tan importante revisar, revisitar -como dicen en el ámbito anglosajón-, lo dicho y hecho en el pasado, pues los conceptos son heredados, incluyendo, en esta herencia, lo suprimido, lo invisibilizado, que explica el porqué de las lagunas del presente, como nos enseña, desde las Epistemologías del Sur, el profesor Boaventura de Sousa Santos.