Definamos nuestro mundo. Definamos las palabras de nuestro mundo
7.727 definiciones desde 2014

Perejil

Guiomar Elena Ciapuscio

 (Universidad de Buenos Aires – CONICET)

 

“(…) Este mismo personaje embuchado en la acción de "Juan Moreira" había de ser en seguida con ligeras variantes el tipo cómico de los dramas gauchescos y con el andar del tiempo habría de dar origen a una prolífera literatura teatral, constituyendo en el género del sainete el perejil de todas las salsas. (Memorias de un hombre de teatro, Enrique García Velloso, 1942)

Es el perejil de todas las salsas. No fuimos perejiles. 

Perejil: ¡fuego! 

La polisemia es un tema estrella desde siempre entre los semantistas. Técnicamente, el concepto refiere a la capacidad que tienen la mayoría de las palabras de las lenguas de tener más de un significado, es decir, de cobrar más de un sentido según el contexto en que se utilicen.  Por lo tanto, la polisemia no es una cuestión de palabras aisladas; precisa de alguna determinación del contexto, que puede especificarse en el entorno lingüístico (la madre de la escritora vs. la paciente necesita células madre adultas) o interpretarse recurriendo a la situación. Por ejemplo, en la rata vuelve siempre a la cueva, los dos nombres -rata y cueva- podrían recibir interpretaciones diferentes (y por tanto también la oración), de acuerdo a que evoquemos las categorías de animal o humano para la primera, y para la segunda, lugar físico subterráneo natural o artificial o lugar en donde anidan seres de malvivir o que realizan negocios turbios. Los significados de las palabras polisémicas se generan o se “activan” en contexto y no son independientes entre sí, es decir, puede establecerse algún lazo de distinto tipo entre sus sentidos. Las palabras generales – hasta las más generales como las que corresponden a las designaciones de partes del cuerpo como cabeza o espalda o a objetos concretos como taza– pueden significar de manera diferente según el contexto (le falta cabeza = “inteligencia”; le falta espalda = “fortaleza” para enfrentar el problema; dame una taza de café = “contenedor”; me tomé dos tazas de café= “cantidad”). La polisemia se encuentra ligada de manera indisoluble con el carácter dinámico del léxico (y de la lengua) y en última instancia con la creatividad lingüística (los hablantes podemos crear o dar nuevos sentidos a formas lingüísticas preexistentes). 

Una de las formas más frecuentes en que se produce la polisemia es mediante la creación metafórica, como lo muestran varios de los ejemplos anteriores: en el caso de rata, cuyo significado básico refiere al mamífero roedor que habita en las profundidades y frecuenta las horas nocturnas, la polisemia se ha generado gracias a una metáfora de personificación, que suma al significado básico al menos dos significados coloquiales (“persona despreciable” y “persona tacaña”). También los vegetales pueden devenir personas gracias a procesos metafóricos; es bastante común en el habla coloquial, como lo muestran los casos de nabo, zapallo o banana. Es también el caso del sencillo perejil, el condimento que está en casi todas las salsas y guisos, cuyo significado básico procede de la botánica: “Planta herbácea vivaz, de unos siete decímetros de altura, con tallos ramificados, hojas pecioladas de color verde oscuro, flores blancas o verduscas, y semillas menudas, que se cultiva mucho por ser un condimento muy usado” (Larousse Editorial, 2016). Un condimento muy usado, pero quizás más por su aspecto que por su sabor, como sugieren las dos acepciones que siguen: “adorno o arreglo excesivos, en especial el que usan las mujeres en vestidos y tocados” (sinónimo: perifollo) y “títulos u honores que añadidos a uno más principal contribuyen a dar categoría a una persona”. En nuestra lengua popular argentina, perejil adquirió un significado despectivo: “tonto” (sinónimo de papamosca, paparulo), un atributo que se aplica a personas: “es un(a) perejil(a)”. Como suele suceder, de significar “cualidad” y asumir la categoría de adjetivo, perejil evolucionó rápidamente a “persona” (es decir, una entidad realizada bajo la forma de sustantivo).  En lunfardo significa “persona de baja jerarquía dentro de una institución, empresa u organismo”, sentido que Oscar Conde en su conocido Diccionario etimológico del lunfardo (Buenos Aires, Taurus, 2004) explica a partir de un juego paronímico con el también lunfardísimo gil (gil + pere(jil)).  Quién sabe en realidad si es la paronimia la que explica el cambio semántico o si hay que atribuirlo al escaso sabor del vegetal o a su función mayormente decorativa; la creatividad frecuentemente no tiene una única explicación. 

Una nota periodística reciente da cuenta de una sugerente auto asignación de esta denominación por parte de un colectivo de jóvenes: 

"Perejiles. Somos cuatro amigos de Buenos Aires que, frente a la dificultad para encontrar una salida laboral real, decidimos llevar adelante nuestro propio emprendimiento de pizza partys". De esta manera decidieron identificarse "Los Perejiles", el grupo de más de 20 jóvenes con síndrome de Down que dan batalla a las dificultades laborales y eligieron crear su propia fuente de empleo.  

El nuevo sentido de perejil se afianzó y difundió sobre todo en el ámbito delictivo, especialmente, durante los tiempos oscuros del proceso y la represión militar, adquiriendo el sentido más específico de integrante –de escasa importancia- de una organización política, al que suelen asignarse tareas riesgosas, sentido que se recoge mitigado en el Diccionario etimológico del lunfardo: “militante de un partido político dedicado a la acción social en barrios, villas y /o universidades”. Y la que testimonia el siguiente fragmento que proviene de una declaración de una víctima de la represión ilegal: 

A Cristina Gil la secuestraron el 19 de agosto de 1976: “Lo he llamado la noche de los psicólogos y los médicos porque éramos unos cuantos”, dijo ayer en la sala de audiencias de La Plata donde se lleva a cabo el juicio por el Circuito Camps. “Los que estaban ahí nos decían que habían estado laburando al cohete, porque éramos perejiles.”

Avatares semánticos de una palabra, originalmente puramente denotativa de un aromático vegetal, que adquiere con el paso del tiempo y las derivas geográficas, con las peculiaridades culturales y políticas, un sentido nuevo en el que se vuelve relevante el rasgo de “poca monta o inteligencia”, la “intrascendencia (relativa)” de quien es su portador. Pero también su sonoridad particular ha traído consigo otras derivaciones interesantes. Perejil, nos indican los diccionarios de lengua, deriva del griego πετροσλινον y luego del latín tardío petrosilĕnon que hizo pe[i]ressil en occitano (literalmente “perejil de la piedra”). Su materialidad fónica contiene dos sonidos que, por su normalidad, pasan inadvertidos para un hablante nativo de nuestra lengua: la r y la j. Estos fonos, por el contrario, resultan desafiantes para un hablante nativo de francés que debe expresarse en castellano. Esto lo sabían las feroces bandas armadas del dictador Trujillo: perejil era el shibboleth para detectar ciudadanos haitianos a quienes buscaban exterminar; por eso, les ordenaban decir esa palabra: su pronunciación inapropiada determinaba el fusilamiento, tragedia que preserva y transmite Vargas Llosa en su imperdible novela La fiesta del Chivo. La fonética alcanza a la pragmática; la fonética adquiere así un definitivo efecto perlocutivo. Perejil cobra un significado distinto, que habría que describir como un sentido no representacional, sino mágico: un significado no previsto por la etimología ni por el sistema lingüístico. Parafraseando a Bronislaw Malinowski, perejil se convierte en una palabra con un carácter excepcional, con poder sobre el mundo, las personas y las cosas, dándoles un sentido totalmente nuevo, que no puede disociarse de aquellos. La palabra perejil, realizada como acción lingüística en el contexto mencionado, a contramano de su semántica de base, asume una relevancia inédita que no poseía. Perejil es la vida o la muerte de quien la pronuncia. Sin llegar a tal extremo, algo que le suele pasar a casi todas las palabras.

VOLVER DESCARGAR EN PDF